La gota de sudor que bajó por tu nariz, se deslizó sobre mis labios mojándome hasta el alma en alguno de aquéllos encuentros secretos que tú ya no conoces. Tus brazos contra el suelo fueron cárcel de mi cuerpo, cura de mi olvido, los guardianes de mi anhelo. Y en ese piso de madera rodeado de butacas vacías, volviste a ser mío y no te diste cuenta.